sexta-feira, 22 de junho de 2018

Entrevista a la correctora Manuela Mangas Enrique

Manuela Mangas Enrique es técnica en corrección y redacción por la Universidad de Salamanca (2010). Desde 2009 trabaja como asesora lingüística y correctora ortotipográfica y de estilo de textos en español, para empresas y particulares. Está especializada en la corrección de textos literarios: poesía, cuento infantil, relato, novela, ensayo… Además, corrige textos publicitarios, trabajos académicos, entrevistas y artículos, contenidos para páginas web, presentaciones, etcétera. En 2011 creó el blog sobre lengua española Con propósito de enmienda. En los artículos del blog explica las normas del español con un lenguaje claro e ilustrado con numerosos ejemplos. Es socia profesional de UniCo (Unión de Correctores de España) desde 2012. Ha escrito varios artículos sobre corrección en la revista Deleátur, de UniCo. Necesita estar en contacto con la naturaleza, y vivir en el campo le proporciona la tranquilidad y el silencio que necesita para desempeñar su oficio.

Antes de todo, muchísimas gracias por aceptar concedernos la entrevista. Dudamos mucho que ser correctora formara parte de tus sueños de infancia, ya que la mayor parte de los niños le tiene repelús a la gramática. ¿Cómo llegaste a ser correctora? Cuéntanos un poco tu trayectoria.

Manuela. De niña me encantaba leer y escribir, aunque entonces no sabía que existían los correctores de textos profesionales. Disfrutaba con los dictados, las redacciones y las clases de literatura. Siempre me ha apasionado la lengua y sus laberintos y la he estudiado de forma autodidacta. En 2002 me apunté a mi primer taller literario. Como se me daba bien la ortografía y la gramática, mis compañeros y amigos me pedían que revisara sus escritos. Poco a poco, mi afición a las letras fue dando paso a mi oficio de correctora. Me formé en corrección y redacción, fui reuniendo los diccionarios y manuales que necesitaba para estudiar y ejercer el oficio, hice bastantes prácticas en una revista, creé el blog y después empecé a trabajar corrigiendo textos. Y sigo estudiando nuestra lengua, porque está viva y debemos actualizarnos. Nunca se deja de aprender.

Ya que mencionamos el «repelús», en tu opinión, ¿a qué se debe esa aversión que los estudiantes y los hablantes en general sienten hacia la gramática?

Manuela. Quizá se deba al esfuerzo que les supone estudiarla porque les resulta complicada. Con frecuencia, los libros de gramática tienen un léxico de difícil comprensión. Suele ocurrir que desde pequeños no le encontramos sentido; por eso la aprendemos de memoria, sin entenderla. La gramática no es sencilla, pero puede explicarse de una forma más comprensible para que los estudiantes no la teman ni la rechacen.

Desde tu posición como correctora profesional y como hablante, explícanos para qué sirven las normas y el estilo. ¿No sería más fácil si cada uno se expresara a su manera?

Manuela. Las normas ortográficas sirven para que los hispanohablantes nos entendamos, aunque seamos de distintos países. En cada país existen unos criterios fonéticos y se habla de un modo diferente; sin embargo, la ortografía debe ser la misma para que no haya problemas de comprensión ni comunicación entre nosotros. El estilo, propio de cada persona, es la forma en la que nos expresamos en determinados contextos. Cada tipo de texto requiere un registro distinto. No es lo mismo escribir una carta a un amigo, donde se emplea un lenguaje coloquial, que elaborar un artículo académico o un texto literario. Pero todos los escritos deben ser claros y guardar la coherencia interna, también con respecto a unas formas convencionales de usar la lengua, que nos vienen dadas socialmente; de lo contrario, el destinatario puede tener problemas para entenderlos como es debido. Cada cual ha de expresarse a su manera, según su competencia y sus preferencias, pero guardando unas reglas, acordes con el tipo de texto en cuestión y el público al que va dirigido. Además, el lenguaje oral y el escrito son registros distintos, con unas normas de estilo propias y una estructura determinada, y hay que diferenciarlos.

También existen los manuales de estilo, que usan las editoriales, periódicos o cualquier institución para que sus textos cumplan unos requisitos. Estos libros de estilo recogen unas normas que reflejan unas preferencias con respecto a los usos y que deben aplicarse en los textos para unificar criterios.

Campo de amapolas en Velliza (Valladolid, Castilla y León)

Perdona si te apretamos un poco con preguntas más polémicas, pero ¿qué dirías a quienes afirman que la lengua culta es un instrumento de poder y de segregación que sirve para marcar las diferencias de clases sociales?

Manuela. En mi opinión, la lengua sí puede ser un instrumento de poder. Los discursos se relacionan con el control sutil que se ejerce sobre determinados grupos de personas para persuadirlas. La sociedad y el entorno tienen un papel importante en la adquisición de la cultura, aunque creo que la lengua culta ha dejado de ser patrimonio exclusivo de una clase social. Hace unas décadas, en España muchas personas no tenían la posibilidad de comprar un libro ni de escuchar la radio, con lo cual tampoco tenían acceso a la cultura ni podían mejorar o ampliar sus capacidades expresivas en muchos ámbitos. Incluso apenas llegaban a aprender a leer y escribir, porque debían trabajar desde niños y estudiaban poco tiempo en la escuela. Hoy en día, en cambio, hay numerosas vías de aprendizaje que antes eran impensables. La cultura se ha generalizado y muchas de las barreras que había antaño ya no existen.
Vivimos en una época en la que los valores se han relativizado en bastantes contextos. La manera de hablar y escribir no tiene una importancia tan relevante como pudo tener en el pasado, pero creo que la forma en que usamos la lengua sigue teniendo connotaciones sociales y culturales. Así pues, usar bien nuestra lengua es un valor que conviene cultivar para poder progresar socialmente.

Ahora, para que te relajes, una pregunta más agradable: ¿qué es lo que más te gusta de tu trabajo y qué clase de textos prefieres corregir?

Manuela. En este oficio se aprende sobre bastantes temas, y eso es una suerte porque permite adquirir cultura. Me gusta ayudar a los autores para que sus textos luzcan pulidos, comprobar que valoran mi trabajo y ver que están contentos con el resultado.
Prefiero corregir literatura; en especial, poesía, que me apasiona. También disfruto corrigiendo cuentos infantiles.

¿Cuáles son las cualidades indispensables para ser un buen corrector?

Manuela. Desde mi punto de vista, un buen corrector no debe dar nada por supuesto, porque casi nada es descabellado en gramática. Debe dudar, cuestionar el texto, pues permite detectar el error y lleva a consultar las obras de referencia. Debe ser detallista y saber en qué fuentes consultar sus dudas. El oficio de corrector requiere estudio, reflexión y concentración. También, tener un ojo perito y riguroso para que no se le escapen los errores, un gran conocimiento de la lengua y la tipografía españolas, además de cultura general, y ser flexible a la hora de aplicar las normas dependiendo del uso y del contexto. Asimismo, es necesario que conozca cómo funciona el proceso editorial, que tenga la capacidad de identificar las necesidades específicas de las personas con las que trabaja y que sea paciente.
Ermita de Nuestra Señora de los Perales (Velliza, Valladolid)

¿Corriges solamente originales o también traducciones? ¿Qué supone un desafío mayor para ti y por qué?

Manuela. Corrijo originales y traducciones, sobre todo de cuentos infantiles, que son deliciosos. Los textos originales, que me llegan directamente del autor sin haber pasado por ningún filtro, necesitan una intervención, tanto ortotipográfica como de estilo, más profunda que las traducciones. Para mí, el trabajo de limpiar o adecuar los textos originales es bastante más costoso que corregir las traducciones, aunque estas también pueden presentar problemas específicos a veces complicados.

En cuanto a la tecnología, sobre todo a los correctores automáticos, ¿los consideras aliados o enemigos?

Manuela. El corrector automático no es el enemigo, puede facilitar el trabajo, pero nunca podrá reemplazar a la figura del corrector profesional. Las máquinas no son capaces de detectar muchos errores, que solo un corrector humano puede ver. Hoy en día, los ordenadores tienen programas que corrigen un poco la ortografía, pero siguen teniendo importantes problemas para distinguir, por ejemplo, las palabras homófonas (las que tienen el mismo sonido pero distinto significado), como vaya/valla/baya, haya/halla/aya, echo/hecho; o las palabras que se escriben con tilde diacrítica, como tu/tú, si/sí, que/qué, como/cómo. Tampoco ofrecen mucha ayuda sobre dónde es correcto poner una coma, un punto, dos puntos, unas comillas o una raya. Y, por supuesto, ninguna máquina es capaz de corregir el estilo de forma global ni contextualizada, ni adecuar un texto a las necesidades expresivas y comunicativas de sus usuarios.

Aquí en Brasil, y supongo que en España también, la publicidad emplea un lenguaje de estilo muy informal, familiar, con muchos neologismos y extranjerismos e incluso con transgresiones a la norma. ¿Qué opinas al respecto?

Manuela. El lenguaje publicitario tiene sus propios rasgos lingüísticos para que este tipo de comunicación sea efectiva. Los textos publicitarios buscan llamar la atención del público de una forma original o sorprendente para atraerlo a determinado producto. Para lograr esto, suele sintetizar los conceptos, emplear un lenguaje informal, usar extranjerismos de moda, figuras retóricas, expresiones populares... Sí, puede que también se aparte de la gramática normativa o rompa alguna regla ortográfica. No obstante, para que la publicidad tenga credibilidad deben respetarse ciertas normas básicas que regulan la comunicación, porque si no se corre el riesgo de que el público objetivo no se entere de la información que se le ofrece. Es admisible que este tipo de lenguaje se salte determinadas normas, siempre que los responsables del texto sepan que se las están saltando y por qué.

En tu opinión, ¿cuál es el límite de intervención del corrector en el texto?

Manuela. Depende del tipo de corrección que le encarguen, de las propias necesidades del texto y de lo que haya pactado con el cliente. Esto hay que tenerlo claro desde el principio, ya que los límites pueden ser dudosos. En la corrección de estilo, el corrector siempre ha de respetar, en la medida de lo posible, la voz del autor y no debe modificar el contenido del texto sin su consentimiento. Nunca corregirá imponiendo su gusto, sino que velará por la aplicación adecuada de las convenciones y usos generales del idioma con correcciones necesarias y justificables, teniendo en cuenta el género del texto y el lector al que va destinado. Puede ofrecer alternativas al autor, para que el texto resulte más comprensible o elegante, con propuestas, no con correcciones directas, a no ser que cuente con el consentimiento del autor. El corrector ha de mejorar el texto hasta los límites que se hayan acordado o hasta donde sea razonable en cada momento, pero no modificar lo que es correcto o adecuado si no hay una razón para hacerlo. Si el texto en cuestión tiene problemas importantes generalizados en su redacción o en la disposición de sus contenidos, ya no se trataría de un trabajo de corrección, sino de reescritura, o incluso de coautoría. Esta tarea puede llevarla a cabo el corrector si se la encargan y si se dan las circunstancias para asumirla, comenzando por la propia capacidad del corrector; por eso debe estar bien definida para evitar malentendidos.

Manuela, muchas gracias por tu disposición. Te deseamos mucho éxito y, para terminar, te pedimos que nos dejes cinco claves para escribir mejor.

Encantada, Diana. Gracias a ti por contar conmigo.

Para escribir bien, antes hay que aprender a leer con atención, comprendiendo y analizando lo que se lee. Es buena idea tomar distancia del texto, dejarlo reposar y después releerlo varias veces para poder detectar los errores. Hay que asegurarse de que los términos se manejan con propiedad; por ejemplo, usar el verbo o el adjetivo preciso en cada contexto, que aporte los matices necesarios. No abusar de los adjetivos, pues recargan el texto en exceso. En general, no repetir palabras significativas, expresiones ni ideas. Aprender a utilizar correctamente los gerundios o limitar mucho su uso. Evitar la mayor parte de los adverbios que terminan en -mente (son palabras demasiado largas y propensas a la rima). Tener cuidado con el orden de los elementos en las oraciones para que puedan entenderse con claridad. También, con las cacofonías (sonidos desagradables que resultan de la mala combinación de las palabras), porque producen ecos e impiden al lector centrarse en el texto. Eliminar las muletillas, las frases hechas y los lugares comunes, ya que se asocian con la falta de creatividad narrativa. Uy, ya he dicho más de cinco…

Blog de Manuela Mangas Enrique: Con propósito de enmienda
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Correo electrónico: manuelamangas@gmail.com