Manuela Mangas Enrique es técnica en corrección y redacción por la Universidad de Salamanca
(2010). Desde 2009 trabaja como asesora lingüística y correctora
ortotipográfica y de estilo de textos en español, para empresas y particulares.
Está especializada en la corrección de textos literarios: poesía, cuento
infantil, relato, novela, ensayo… Además, corrige textos publicitarios,
trabajos académicos, entrevistas y artículos, contenidos para páginas web,
presentaciones, etcétera. En 2011 creó el blog sobre lengua española Con propósito de enmienda. En los artículos del blog explica las normas
del español con un lenguaje claro e ilustrado con numerosos ejemplos. Es socia
profesional de UniCo (Unión de Correctores de España) desde 2012. Ha escrito varios artículos
sobre corrección en la revista Deleátur, de UniCo. Necesita estar en contacto con la naturaleza,
y vivir en el campo le proporciona la tranquilidad y el silencio que necesita
para desempeñar su oficio.
Antes de todo, muchísimas gracias por
aceptar concedernos la entrevista. Dudamosmucho que
ser correctora formara parte de tus sueños de infancia, ya que la mayor parte
de los niños le tiene repelús a la gramática. ¿Cómo llegaste a ser correctora? Cuéntanos un poco tu trayectoria.
Manuela. De niña me
encantaba leer y escribir, aunque entonces no sabía que existían los
correctores de textos profesionales. Disfrutaba con los dictados, las
redacciones y las clases de literatura. Siempre me ha apasionado la lengua y
sus laberintos y la he estudiado de forma autodidacta. En 2002 me apunté a mi
primer taller literario. Como se me daba bien la ortografía y la gramática, mis
compañeros y amigos me pedían que revisara sus escritos. Poco a poco, mi
afición a las letras fue dando paso a mi oficio de correctora. Me formé en
corrección y redacción, fui reuniendo los diccionarios y manuales que
necesitaba para estudiar y ejercer el oficio, hice bastantes prácticas en una
revista, creé el blog y después empecé a trabajar corrigiendo textos. Y sigo
estudiando nuestra lengua, porque está viva y debemos actualizarnos. Nunca se
deja de aprender.
Ya que mencionamos
el «repelús», en tu opinión, ¿a qué se debe esa aversión que los estudiantes y
los hablantes en general sienten hacia la gramática?
Manuela. Quizá se deba al
esfuerzo que les supone estudiarla porque les resulta complicada. Con
frecuencia, los libros de gramática tienen un léxico de difícil comprensión. Suele
ocurrir que desde pequeños no le encontramos sentido; por eso la aprendemos de
memoria, sin entenderla. La gramática no es sencilla, pero puede explicarse de
una forma más comprensible para que los estudiantes no la teman ni la rechacen.
Desde tu posición como correctora profesional y como hablante, explícanos para qué sirven las normas y el estilo. ¿No sería más fácil si cada uno se expresara a su manera?
Manuela. Las normas ortográficas sirven para que los hispanohablantes nos entendamos, aunque seamos de distintos países. En cada país existen unos criterios fonéticos y se habla de un modo diferente; sin embargo, la ortografía debe ser la misma para que no haya problemas de comprensión ni comunicación entre nosotros. El estilo, propio de cada persona, es la forma en la que nos expresamos en determinados contextos. Cada tipo de texto requiere un registro distinto. No es lo mismo escribir una carta a un amigo, donde se emplea un lenguaje coloquial, que elaborar un artículo académico o un texto literario. Pero todos los escritos deben ser claros y guardar la coherencia interna, también con respecto a unas formas convencionales de usar la lengua, que nos vienen dadas socialmente; de lo contrario, el destinatario puede tener problemas para entenderlos como es debido. Cada cual ha de expresarse a su manera, según su competencia y sus preferencias, pero guardando unas reglas, acordes con el tipo de texto en cuestión y el público al que va dirigido. Además, el lenguaje oral y el escrito son registros distintos, con unas normas de estilo propias y una estructura determinada, y hay que diferenciarlos.
También existen los manuales de estilo, que usan las editoriales, periódicos o cualquier institución para que sus textos cumplan unos requisitos. Estos libros de estilo recogen unas normas que reflejan unas preferencias con respecto a los usos y que deben aplicarse en los textos para unificar criterios.
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Campo de amapolas en Velliza (Valladolid, Castilla y León) |
Perdona si te
apretamos un poco con preguntas más polémicas, pero ¿qué dirías a quienes
afirman que la lengua culta
es un instrumento de poder y de segregación que sirve para marcar las
diferencias de clases sociales?
Manuela. En mi opinión, la
lengua sí puede ser un instrumento de poder. Los discursos se relacionan con el
control sutil que se ejerce sobre determinados grupos de personas para
persuadirlas. La sociedad y el entorno tienen un papel importante en la
adquisición de la cultura, aunque creo que la lengua culta ha dejado de ser
patrimonio exclusivo de una clase social. Hace unas décadas, en España muchas
personas no tenían la posibilidad de comprar un libro ni de escuchar la radio,
con lo cual tampoco tenían acceso a la cultura ni podían mejorar o ampliar sus
capacidades expresivas en muchos ámbitos. Incluso apenas llegaban a aprender a
leer y escribir, porque debían trabajar desde niños y estudiaban poco tiempo en
la escuela. Hoy en día, en cambio, hay numerosas vías de aprendizaje que antes eran
impensables. La cultura se ha generalizado y muchas de las barreras que había
antaño ya no existen.
Vivimos en una
época en la que los valores se han relativizado en bastantes contextos. La
manera de hablar y escribir no tiene una importancia tan relevante como pudo
tener en el pasado, pero creo que la forma en que usamos la lengua sigue
teniendo connotaciones sociales y culturales. Así pues, usar bien nuestra
lengua es un valor que conviene cultivar para poder progresar socialmente.
Ahora, para que te relajes, una pregunta
más agradable: ¿qué es lo que más te gusta de tu trabajo y qué clase de textos prefieres
corregir?
Manuela. En este oficio
se aprende sobre bastantes temas, y eso es una suerte porque permite adquirir
cultura. Me gusta ayudar a los autores para que sus textos luzcan pulidos, comprobar
que valoran mi trabajo y ver que están contentos con el resultado.
Prefiero
corregir literatura; en especial, poesía, que me apasiona. También disfruto
corrigiendo cuentos infantiles.
¿Cuáles son las cualidades indispensables para
ser un buen corrector?
Manuela. Desde mi punto
de vista, un buen corrector no debe dar nada por supuesto,
porque casi nada es descabellado en gramática. Debe dudar, cuestionar el texto,
pues permite detectar el error y lleva a consultar las obras de referencia. Debe
ser detallista y saber en qué fuentes consultar sus dudas. El oficio de
corrector requiere estudio, reflexión y concentración. También, tener un ojo
perito y riguroso para que no se le escapen los errores, un gran conocimiento
de la lengua y la tipografía españolas, además de cultura general, y ser
flexible a la hora de aplicar las normas dependiendo del uso y del contexto. Asimismo,
es necesario que conozca cómo funciona el proceso editorial, que tenga la
capacidad de identificar las necesidades específicas de las personas con las
que trabaja y que sea paciente.
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Ermita de Nuestra Señora de los Perales (Velliza, Valladolid) |
¿Corriges solamente originales o también
traducciones? ¿Qué supone un desafío mayor para ti y por qué?
Manuela. Corrijo
originales y traducciones, sobre todo de cuentos infantiles, que son
deliciosos. Los textos originales, que me llegan directamente del autor sin
haber pasado por ningún filtro, necesitan una intervención, tanto
ortotipográfica como de estilo, más profunda que las traducciones. Para mí, el
trabajo de limpiar o adecuar los textos originales es bastante más costoso que
corregir las traducciones, aunque estas también pueden presentar problemas
específicos a veces complicados.
En cuanto a la tecnología, sobre todo a
los correctores automáticos, ¿los consideras aliados o enemigos?
Manuela. El corrector automático no es el enemigo, puede facilitar el trabajo, pero nunca
podrá reemplazar a la figura del corrector profesional. Las máquinas no son
capaces de detectar muchos errores, que solo un corrector humano puede ver. Hoy
en día, los ordenadores tienen programas que corrigen un poco la ortografía,
pero siguen teniendo importantes problemas para distinguir, por ejemplo, las
palabras homófonas (las que tienen el mismo sonido pero distinto significado),
como vaya/valla/baya, haya/halla/aya,
echo/hecho; o las palabras que se escriben con tilde diacrítica, como tu/tú, si/sí, que/qué, como/cómo. Tampoco
ofrecen mucha ayuda sobre dónde es correcto poner una coma, un punto, dos
puntos, unas comillas o una raya. Y, por supuesto, ninguna máquina es capaz de corregir
el estilo de forma global ni contextualizada, ni adecuar un texto a las
necesidades expresivas y comunicativas de sus usuarios.
Aquí en Brasil, y supongo que en España
también, la publicidad emplea un lenguaje de estilo muy informal, familiar, con
muchos neologismos y extranjerismos e incluso con transgresiones a la norma.
¿Qué opinas al respecto?
Manuela. El lenguaje publicitario tiene sus propios rasgos lingüísticos para que
este tipo de comunicación sea efectiva. Los textos publicitarios buscan llamar
la atención del público de una forma original o sorprendente para atraerlo a
determinado producto. Para lograr esto, suele sintetizar los conceptos, emplear
un lenguaje informal, usar extranjerismos de moda, figuras retóricas,
expresiones populares... Sí, puede que también se aparte de la gramática
normativa o rompa alguna regla ortográfica. No obstante, para que la publicidad
tenga credibilidad deben respetarse ciertas normas básicas que regulan la
comunicación, porque si no se corre el riesgo de que el público objetivo no se
entere de la información que se le ofrece. Es admisible que este tipo de
lenguaje se salte determinadas normas, siempre que los responsables del texto
sepan que se las están saltando y por qué.
En
tu opinión, ¿cuál es el límite de intervención del corrector en el texto?
Manuela. Depende del tipo de
corrección que le encarguen, de las propias necesidades del texto y de lo que haya
pactado con el cliente. Esto hay que tenerlo claro desde el principio, ya que
los límites pueden ser dudosos. En la corrección de estilo, el corrector
siempre ha de respetar, en la medida de lo posible, la voz del autor y no debe
modificar el contenido del texto sin su consentimiento. Nunca corregirá imponiendo
su gusto, sino que velará por la aplicación adecuada de las convenciones y usos
generales del idioma con correcciones necesarias y justificables, teniendo en
cuenta el género del texto y el lector al que va destinado. Puede ofrecer alternativas
al autor, para que el texto resulte más comprensible o elegante, con propuestas,
no con correcciones directas, a no ser que cuente con el consentimiento del
autor. El corrector ha de mejorar el texto hasta los límites que se hayan
acordado o hasta donde sea razonable en cada momento, pero no modificar lo que
es correcto o adecuado si no hay una razón para hacerlo. Si el texto en
cuestión tiene problemas importantes generalizados en su redacción o en la
disposición de sus contenidos, ya no se trataría de un trabajo de corrección,
sino de reescritura, o incluso de coautoría. Esta tarea puede llevarla a cabo
el corrector si se la encargan y si se dan las
circunstancias para asumirla, comenzando por la propia capacidad del corrector;
por eso debe estar bien definida para evitar malentendidos.
Manuela, muchas gracias por tu
disposición. Te deseamos mucho éxito y, para terminar, te pedimos que nos dejes
cinco claves para escribir mejor.
Encantada, Diana. Gracias a ti por contar conmigo.
Para escribir
bien, antes hay que aprender a leer con atención, comprendiendo y analizando lo
que se lee. Es buena idea tomar distancia del texto, dejarlo reposar y después releerlo
varias veces para poder detectar los errores. Hay que asegurarse de que los
términos se manejan con propiedad; por ejemplo, usar el verbo o el adjetivo
preciso en cada contexto, que aporte los matices necesarios. No abusar de los
adjetivos, pues recargan el texto en exceso. En general, no repetir palabras
significativas, expresiones ni ideas. Aprender a utilizar correctamente los
gerundios o limitar mucho su uso. Evitar la mayor parte de los adverbios que
terminan en -mente (son palabras
demasiado largas y propensas a la rima). Tener cuidado con el orden de los
elementos en las oraciones para que puedan entenderse con claridad. También,
con las cacofonías (sonidos desagradables que resultan de la mala combinación
de las palabras), porque producen ecos e impiden al lector centrarse en el
texto. Eliminar las muletillas, las frases hechas y los lugares comunes, ya que
se asocian con la falta de creatividad narrativa. Uy, ya he dicho más de cinco…
Correo
electrónico: manuelamangas@gmail.com