El Chavo, personaje creado e interpretado por Roberto Gómez Bolaño |
Esta semana el
mundo se ha quedado un poco más triste. Roberto Gómez Bolaños, Chespirito, uno
de los artistas más populares de América Latina nos ha dejado. Seguro que se
marchó sin querer queriendo y, como le debo muchos momentos de diversión, emoción
y risas, no podría dejar de dedicarle un homenaje en mi blog.
Cuando salimos de
España, en 1979, mi papá, mi mamá, mi hermana menor y yo, nos fuimos a vivir a
Paraguay, más específicamente a Ciudad del Este, ciudad que hace frontera con
Foz do Iguaçu, Brasil. En aquel entonces conocí la serie televisiva “El chavo
del ocho”. Claro que yo no tenía muchas condiciones de hacer un análisis más
profundo de la obra, simplemente me encantaba, sin reflexiones ni nada…
¿Quién lograría quedarse
inmune a la gracia de aquel chiquilín torpe, que junto con sus amigos el Quico
y la Chilindrina hacían mil travesuras? Hoy me doy cuenta de las características que
lo hacían tan loable: el Chavo representaba la infancia de muchos niños pobres e
invisibles de las metrópolis latinoamericanas que se las arreglan solos para
sobrevivir a una realidad hostil. Si no se tratara de un programa humorístico,
sería trágico: el niño que sueña con bocadillos y pasteles y que tiene como
hogar un barril…
El hecho es que
Chespirito lograba extraer risas de la tragedia humana, porque muchas veces de
las situaciones más miserables sobresalen sentimientos nobles como la amistad y
la solidaridad. Por encima de todas aquellas situaciones tragicómicas, había
una comunidad unida por lazos de amistad y ternura.
El Chavo fue un
chiquilín humilde, ingenuo, carente, frágil, que traspasó las fronteras del
territorio mexicano y fue acogido en millones de hogares de América Latina,
porque la infancia es algo universal y el corazón es un hogar acogedor donde
siempre cabe, o debería caber, uno más.
Claro que nada es
perfecto, también hay mucha controversia acerca de las peleas que la fama
generó entre los actores y en México los sentimientos se dividen entre los que
aman a Chespirito y los que lo acusan de hacer un humor simplón, pastelazo e
incluso insultante. Es verdad que mostrar el abandono a que se someten tantos
niños puede resultar insultante, la realidad no siempre es complaciente ni
agradable.
Bueno, mi
intención aquí está muy lejos de levantar polémicas, para eso están los periódicos, las
revistas de chismes y los artículos académicos, para disecar y escrudiñar cada
detalle. ¿Qué opinaría el Chavo de todo esto? Probablemente diría: “fue sin querer queriendo”.
Particularmente,
puedo afirmar que el Chavo será para siempre uno de mis personajes favoritos,
por brindarme tantos momentos de alegría con sus motes y
gestos tan previsibles y divertidos.
Claro que la obra
de Chespirito no se resume al Chavo, cada personaje tiene su encanto y todos
son responsables del gran éxito alcanzado. La referencia al Chavo se debe a la inevitable
relación entre creador y criatura, ya que el personaje fue interpretado por el
propio autor y por eso es inevitable no confundirlos. No solo el Chavo fue
interpretado por el autor como también el Chapulín Colorado, y aun el Chómpiras,
el ladrón honrado; el doctor Chapatín, que cargaba una bolsa de papel que nadie
supo que traía dentro o el Chaparrón Bonaparte, el loco más cuerdo de un patio
de vecinos.
El Chapulín, con
su chipote chillón y sus antenitas, es un caso aparte que también influyó de
forma especial en mi infancia. Cuántas veces intenté, con mi hermana y nuestras
amigas, descubrir la fórmula de las pastillas de chiquitolina, con poderes mágicos que permitían
al Chapulín librarse de las situaciones más peligrosas encogiéndose hasta
alcanzar el tamaño de un ratón. ¿Y la chicharra paralizadora con que paralizaba
a sus enemigos? ¿Y la célebre frase cuando resolvía, de la manera más torpe, los
casos que se le presentaban: “No contaban con mi astucia”?. Bastaba con que un
menesteroso y afligido suspirara: “Oh, y ahora quién podrá ayudarme?”, para que
nuestro torpe héroe apareciera proclamando: “¡Yo, el Chapulín Colorado!”, “¡Síganme los
buenos!”.
Al inicio del
programa se anunciaba al héroe con la siguiente frase: “más ágil que una
tortuga, más fuerte que un ratón, más noble que una lechuga, su escudo es un
corazón”.
¡Cuánta
imaginación y originalidad! La creatividad de Bolaños le rindió el apodo de
Chespirito, en honor a Shakespeare, pero como era bajito, Shakespearecito. Así surgió el mote mexicanizado, Chespirito.
Cuando yo era
pequeña y vivía en Paraguay, tuve el privilegio de asistir a un espectáculo de
la pandilla del Chavo y a pesar de no recordarlo bien, sé que fue uno de los
días más emocionantes de mi infancia.